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Sin duda la historia de vida de Don Francisco Benkö podría dar lugar a un guión cinematográfico. Fue el conductor de una eterna partida de 99 años, divididos entre su cuna natal en Alemania y su juventud y senectud en Argentina. Nacido el 24 de junio de 1910, en Berlín, fue el segundo y último hijo de Alice Josephine Helene Pick (austríaca) y Richard Wilhelm Benkö (húngaro); junto a su hermana Anne conoció los horrores y espantos de la Primera Guerra Mundial y de una infancia desangelada padecida con la temprana muerte de sus progenitores.
La vida lo transformó en un luchador; se hizo a los tumbos, pasó hambre, frió y persecuciones.
En cada encuentro con Francisco Benkö en los que surgían los recuerdos de sus años en Alemania era inevitable que su voz aguardentosa y con el típico acento centroeuropeo se quebrara mientras el brillo de sus ojos se volvía más intenso. Aunque había transcurrido más de medio siglo de su huida de la Alemania Nazi, los estigmas de aquellos años le habían dejado marcas invisibles para muchos pero esenciales para la historia de la humanidad.
“Yo vi cómo la gente salió a la calle a saludar a los soldados cuando se marcharon hacia la guerra; también recuerdo cómo regresaron, miles de ellos mutilados, ensangrentados y vendados.”
“Pese a los esfuerzos de mi madre durante la guerra en casa pasamos mucha hambre. Un día estaba tan desesperado que no aguanté más, entré al aula del colegio y me bebí un frasco de tinta.”
“Si me hubiera quedado en Alemania seguro que me mataban. Es que a no les importaba ni mi religión católica, ni la nacionalidad húngara por parte de mi padre; para el régimen nazi era un judío más por herencia de mi mamá y de mi papá. Después, cuando llegó Hitler al poder, todo se hizo más difícil aún. En mis oídos llevo grabados su voz y sus gritos que constantemente propagaba la radio.”
En 1936 aferrado a su único afecto, el de su hermana, Anne, lograron juntos evadir los controles para pergeñar la salida rumbo a Rotterdam. Allí a bordo del Alwaki lograron cruzar el atlántico y llegar a la Argentina. Le habían ganado una partida a la muerte, pero lo aguardaban nuevas sorpresas.
En una tierra e idioma desconocidos, pese al domino de otras cuatro o cinco lenguas, Francisco Benkö buscó integrarse a la nueva idiosincrasia porteña. Fue en la búsqueda de algún trabajo y de clubes para jugar al ajedrez.
En su palmarés ajedrecístico lucían dos rutilantes empates alcanzado ante el entonces campeón mundial, el francés de origen eslavo Alexander Alekhine durante sendas exhibiciones simultáneas brindadas en Alemania entre 1928 y 1929. Sin embargo aquellos antecedentes no bastaban para abrirle las puertas de un club argentino para un aficionado recién llegado de Europa.
“Al principio fue muy difícil es que no me dejaban ser socio de ningún club porque decían que yo era comunista. Por entonces en Argentina se creía que los que huían de Europa era porque los perseguían por su ideología”.
Muchos años le llevó vencer aquella postura, casi tantos como los de conseguir un buen trabajo.“Yo sabía taquigrafía y varios idiomas pero sólo me daban trabajos para hacer en alguna portería de un edificio. Por suerte el ajedrez seguía siendo mi mejor aliado y gracias a él lograba evadirme de todas las dificultades. Mi cabeza no pensaba en tantas cosas malas”.
Fue una tarde de 1960, en el Club Argentino, donde ya era socio cuando caminando por uno de sus salones, de pronto apareció Bobby Fischer. Aquel joven de 17 años lo observó de arriba abajo y sin vueltas le preguntó si jugaba ajedrez.
“Jugamos una partida ping pong. Después de un rato él se detuvo, observó la posición, me miró y dijo “Usted me ganó”..., fue la única victoria que logré esa tarde después él me ganó todas las demás con asombrosa facilidad.”
A mediados de los años sesenta un amigo que conoció gracias al ajedrez, el ingeniero Dan Davindsson, él me consiguió trabajo en la Comisión Nacional de Energía Atómica donde ingresé en 1966 y me jubilé como bibliotecario especializado en protección radiológica y seguridad nuclear.
Lo que sigue es historia reciente, Francisco Benkö fue un personaje muy querido en el ambiente de los trebejos, especialmente por su condición de compositor y coleccionista de problemas de ajedrez.
“En 1987 Mikhail Tahl vino a la Argentina a jugar un torneo en Río Hondo, pasó por el Club Argentino y nos conocimos. Recuerdo que le di uno de mis problemas favoritos, creado por mí. Lo miró fijamente y después de unos minutos me dijo la jugada que era incorrecta, se lo señalé y no le gusto nada. De mala manera volvió a mirar la posición sobre el tablero magnético y se volvió a equivocar. Ahí sí que le broto todo el genio de su carácter y en tan solo dos minutos dio con la respuesta correcta. Terminó felicitándome y yo también lo saludé a él”.
Fuente: chessbase.com
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